¡Hola a todos! he venido con una crónica que uno de mis colegas llamado Joel Acosta, ha escrito dentro de su amplio repertorio, y es que me llamó mucho la atención debido a que ésta se publicaba periódicamente en un diario llamado "La firme" años atrás. Según cuenta Joel:
"La nota fue publicada el 2005. En realidad no recuerdo desde cuando y hasta cuando circulo "La Firme", pero me da la impresión que fue hasta 2005. El Director fue Mario Gómez hijo del gran periodista Mario Gómez López que fue famoso por su programa radial "Mario Gómez López y su grabadora.." donde rescataba en vivo los grandes problemas del ciudadano común. La impresión del Diario que aparecía martes y viernes en formato pequeño, se realizaba en una pequeña imprenta en la calle San Diego, al lado de un famoso restoran que aún existe y se llama "Las Tejas". Los que colaborábamos con este pasquín, teníamos que ir los domingos a la noche a doblar y corchetear los ejemplares que saldrían el martes a circulación...Las reuniones de pauta eran generalmente los miércoles a la noche en este mismo recinto, lleno de tintas y olores a imprenta (ratones incluidos) donde aprendí muchísimo con el periodista Mario Gomes López, que fue como un maestro... En lo personal tuve un espacio en el diario que se llamó "De la Vida diaria, una puntada" sugerido por el Director con quien trabamos una gran amistad. Publicaba una crónica. El diario dejó de circular por falta de financiamiento. Murió con una muerte anunciada, ya que al final hacíamos "vacas" para comprar tintas y papel..."
"La nota fue publicada el 2005. En realidad no recuerdo desde cuando y hasta cuando circulo "La Firme", pero me da la impresión que fue hasta 2005. El Director fue Mario Gómez hijo del gran periodista Mario Gómez López que fue famoso por su programa radial "Mario Gómez López y su grabadora.." donde rescataba en vivo los grandes problemas del ciudadano común. La impresión del Diario que aparecía martes y viernes en formato pequeño, se realizaba en una pequeña imprenta en la calle San Diego, al lado de un famoso restoran que aún existe y se llama "Las Tejas". Los que colaborábamos con este pasquín, teníamos que ir los domingos a la noche a doblar y corchetear los ejemplares que saldrían el martes a circulación...Las reuniones de pauta eran generalmente los miércoles a la noche en este mismo recinto, lleno de tintas y olores a imprenta (ratones incluidos) donde aprendí muchísimo con el periodista Mario Gomes López, que fue como un maestro... En lo personal tuve un espacio en el diario que se llamó "De la Vida diaria, una puntada" sugerido por el Director con quien trabamos una gran amistad. Publicaba una crónica. El diario dejó de circular por falta de financiamiento. Murió con una muerte anunciada, ya que al final hacíamos "vacas" para comprar tintas y papel..."
El texto fue publicado digitalmente, pero el URL ya no está en funcionamiento, lo que es triste. Es por esto que también añadí una etiqueta llamada Cronicas de Acosta, en la cual podrán acceder a más crónicas del mismo autor.
Por la década del cincuenta
el país se movía lento, con paso de pueblo rural. Los chiquillos asistían a la
escuela pública del barrio y algunos alcanzaban el Liceo, donde seis años de
Humanidades les permitían ingresar a un Banco, un puesto administrativo en un
Ministerio y los más afortunados a la Universidad.
Las ciudades iniciaban
un crecimiento paulatino y el Estado era el mayor proveedor de trabajo;
Ferrocarriles del Estado llegó a tener 25.000 trabajadores en la red que ya se
había transformado en la columna vertebral del transporte terrestre.
Los habitantes de las
ciudades se identificaban con sus barrios claramente definidos e identificables
por las propias características de sus moradores. Las Cajas de Previsión
construían poblaciones que albergaron a familias modestas de una incipiente
clase media, que se beneficia con la “Ley Pereira”.
Clásico era el almacén
del barrio, la carnicería, la farmacia, la panadería, el zapatero remendón, la
feria libre ocupando varias cuadras con verdores y aromas traídos de las
chacras de los alrededores. En esos lugares se encontraba un abastecimiento
diario de lo necesario para que las dueñas de casa prepararan todos aquellos
guisos, ya casi olvidados, con que se alimenta a la prole, a veces numerosa.
Era común que las
familias de los barrios más humildes recurrieran a la compra con “libreta” en
el almacén, la carnicería, la panadería. Se hacía la compra diaria y el importe
era anotado por el almacenero. Funcionaba la confianza entre proveedor y
proveído. Nadie alteraba o adulteraba las cifras. No había aval o cheques en
blanco. Al final del mes, raya para la suma y se cancelaba el total de consumo
mensual, y la vida continuaba igual por otro mes y otro mes, y otro mes…
Hurgando entre los
papeles encontrados en un viejo baúl, encontré la “libreta” que mi madre poseía
para el crédito mensual de las menestras en “el almacén de la esquina”: Una
columna para registrar el día de la compra, otra para indicar un vago “varios”
y el importe. Al final de las cuatro o cinco hojas que ocupan las cinco compras
del mes la sumatoria y el anexo del 10% agregado “por el crédito”.
De los años cincuenta a la fecha hemos cambiado “la libreta”
por la tarjeta de crédito, la usura sigue igual.
Por Joel Acosta